TIMY CARRILLO

  








“¡El Dharma es como un aguacate!
Algunas partes tan maduras que no puedes creerlo.
Pero está bien.
Y otras partes duras y verdes
Sin mucho sabor,
…”

AVOCADO, Gary Snyder

 

I.

Existo entre el polvo y la grasa

en una tienda de suministros industriales

revisando las facturas

mutando del arte a la industria 

por dinero

 

Escribo porque soy infeliz

acerca de que soy infeliz

 

A veces pongo incienso

al buda de cobre y granito 

que tengo en mi escritorio

le digo a los demás

que es para ahuyentar a los mosquitos

 

Veo por la ventana más allá del escritorio

un eucalipto 

            al otro lado de la calle

en el camellón

       imagino que es el Árbol del Bodhi

  que me siento debajo

por cuarenta y nueve días

 pero no lo hago

 

 

De qué me sirven tantos versos

de qué me sirven los estudios literarios

 

Toco la trompeta

sin sordina

  y no hace ruido

 

No escucho la voz de ningún dios

 

 

Qué puede haber de budeidad

en un asalariado

que lleva más de tres meses

sin meditar

 

II.

Las últimas semanas he pensado

que en los tiempos (pos [híper])modernos

quedan sólo dos formas

de alcanzar la budeidad

:

 

Una es la indigencia

y la otra es el suicidio

 

No lo sé

 

Por ahora
me quedan el Dharma y mis amigos

 

 

Giant Steps 

 

Vender todos los cómics

   – solo iba a vender unos cuantos –

y comer el huevo

directo del sartén

Improvisar como en el jazz

 improvisar

cómo en el jazz improvisar

cómo en la vida

improvisar la vida

 

Dar pasos

segunda hacía la dominante

y luego la tónica

Tercera mayor

  quinta aumentada

y primera

Improvisar sobre la base

  II-V-I

y lo que sigue

 

Pistear en donde caiga o

no pistear

 

Improvisar

y

no llegar a casa

:

 

sofá rojo el martes

jueves marrón

y viernes dormir en el piso

Improvisar

sacar y

desarmar las cajas

 

Ir por la vida en fast swing style

 

Pagar con marihuana el flete

improvisar

 

 

 

Naima

 

Naima sólo fuma cuando está conmigo

Naima

¿Salimos de viaje?

Entonces se desliza Naima

en un solo de Sax

  entre las sábanas

Naima

 no olvidé

los detalles de tu cuerpo

  no podría

Naima estabas lejos

  y ya no

Entro por la orilla

  de la cama

    calientita

  Naima

   a acurrucarme

  acurrucarnos

En la mañana corté

una flor morada

  para ti

Ahora es humo

 

Naima balada

Naima sabes quién eres

Naima persona gramatical

 

Nunca me habías dicho amor

 

Naima se desliza

suave como el jazz

Naima ven por mí

al trabajo

salgamos de viaje

sin salir de la cama

te deslizas

Naima se desliza

 

 

Daniel Johnston se pasea por el Jardín Guerrero

 

Fue más o menos por los días que me echaron de casa cuando Daniel Johnston se fue al cielo. No creo en el cielo, pero estoy seguro de que allí es a donde fue.

Se había ido un alma que era quizá la más bella: siempre fue un niño, siempre creyó en Dios, murió en casa de sus padres. Yo quise ser como él y no pude.

Me puse a tocar triste la guitarra y fumar cigarrillos en el Jardín Guerrero ese día –todos deberíamos fumar y tocar en el Guerrero cuando estamos tristes. Yo sentado, se me acerco un hombre, extranjero, más o menos obeso. Vestía una camiseta con el escudo estampado del Capitán América, y me preguntó: «Can I pinch a smoke from you?».

Le acerqué la cajetilla, lo tomó. Luego pidió prestada mi guitarra. Se la di. Se puso a tocar y cantar una canción que yo nunca había escuchado. Tres acordes abiertos, repetidos una y otra vez. Sencilla, casi mala. Decía algo de amar, y que todo estaría bien. Me gustó.

Terminó su tabaco y se marchó, y yo me quedé allí con una melancolía profunda, pensando. Entendí que no podría ser de nuevo un niño, y que Daniel Johnston no iba a regresar.

 

 

 

Nos fuimos a buscar a Pitol 

 

El profe italiano nos dijo

que los restos de Sergio Pitol

están aquí mismo en la ciudad

 

Así que después de clase

nos fuimos a buscarlo

 

Sin conocernos

nos subimos 

al Chevy gris y

de la Facultad que está en el cerro

nos fuimos

a la iglesia a un lado del parque

en Jardines de la Hacienda

 

El lugar estaba vacío

y buscamos en el columbario

y detrás del altar

y bajamos las escaleras detrás del altar

y buscamos en cada rincón 

pero no encontramos nada

 

No encontramos a Pitol

  pero nos fuimos por cervezas

salvamos a las palomas

de los cholos que se las querían llevar

y nos convertimos en héroes locales

 

Le pusimos nombre al carro

y a nuestro propio movimiento literario

y hablamos de cuentos y poemas

que nunca escribimos

 

Aún podemos

 

¿Por qué seguimos buscando a Pitol

si nos tenemos a nosotros mismos?

 

 


 

Timy Carrillo (Estado de México, 1999) dejó la carrera de Estudios Literarios a los dos semestres. La música toma un papel protagónico en sus textos. Aborda temas como el jazz, la introspección y la espiritualidad oriental trasladada a su cotidianidad occidental. Sus textos han sido publicados en diferentes medios virtuales e impresos como Revista Enchiridion, Revista Himen y Revista Marabunta.

 

NAVARRO

  



I

Aún conservo la cobija del tigre que de niño me protegía de la tecolota, esa que según mi abuela me llevaría si me encontraba despierto por la madrugada. En las noches de tormenta la escuchaba aleteando contra la ventana, y entonces fingía dormir y ocultaba el miedo bajo la manta. Qué suerte que aún la conservo, porque sigo temiendo a los monstruos y de vez en cuando escucho a la tecolota revoloteando cuando me desvelo.

II

Que suerte tener mi cobija, no como los indigentes que duermen en banquetas frías o la anciana abandonada que cubre sus reumas con un manto de cartón. Ellos que enferman de neumonía con la primera lluvia de enero, no alcanzan a ver febrero y quedan tendidos en la avenida cubiertos con un sudario de papel. Ellos que no temen a la tecolota sino al frío. Porque no a todos nos persigue el mismo monstruo, ni todos nos cubrimos con el mismo manto; el mío tiene un tigre estampado, y el de ellos la estampa de nuestra indiferencia.

 

*

Hoy di tres me entristece
y cinco me enoja en Facebook
pero no salvé a Floyd
ni a la elefanta en Karela
ni a Diana
ni a Leonila
ni a los 43

Discutí con cuatro machos
sobre derechos de la comunidad LGBTTTQIA
sobre el libre aborto
y la crisis capitalista
en medio de una pandemia
y escribí en mi Twitter
que deseaba que el mundo ardiera
hasta que hubiera justicia
y nadie muriera por ser quien es

Todo desde la comodidad de mi cama
bebiendo una cerveza Indio
que compré de contrabando 
a 500 la charola 

Un revolucionario de closet
que hace historia
sin plantar cara a la policía
sin donar un quinto para Somalia
y sin dar la vida 

Poco más que un hipócrita 

 

 

*

Me dan coraje los inconscientes
que a pesar de la contingencia
salen a caminar al centro
o a pistear con los amigos

Son los que en Internet critican
que para qué el encierro
que no existe la pandemia
según aquel post de Facebook
que culpa al gobierno
y a los doctores
por matar a la gente
y decir que fue por COVID

Se quejan de que no hay dinero
y que deben trabajar
para costear un six de Tecate
y llaman a los vecinos metiches
por aguarles la reunión clandestina

Los realmente necesitados
nos morimos de hambre
Los realmente necesitados
caímos en bancarrota
o salimos con miedo a la calle
deseando no tener qué hacerlo

Los realmente necesitados
no nos quejamos del encierro
porque no hemos tenido ese privilegio

Ahora un patán se mofa de nosotros
y argumenta que si él no sale
la gente en la calle no come
mientras sube una selfie al Instagram
y deja a un indigente con la mano extendida

*

De pequeño
le temía a la tecolota
y a los otros niños 
que me golpeaban
y se reían
porque no se me daba el futbol

Corría a casa de mi abuela
para curarme de espanto
y ella me consolaba
con chocolate caliente
y bolillos con mantequilla

Decía que estaba orgullosa
con mis dieces en la boleta
y mi nombre en el cuadro de honor
que sería un hombre exitoso
y me cuidaría siempre
cuando las cosas salieran mal

Abuela
no me convertí en ese hombre

Intenté un posgrado
pero reprobé el último semestre
y perdí la beca
y ahora estoy varado
en Querétaro
sin trabajo y sin dinero

Abuela
ya no estoy más en el cuadro de honor
no hay comida sobre la mesa
y se acumulan las rentas pendientes
y las facturas de luz

Abuela
Ahora en verdad tengo miedo
y quiero correr a tu casa
pero se me olvida
que ya no estás en ella

 

 

Cajas de pastillas para no olvidar. 

El médico recetó el primer lote de pastillas cuando empezaste a perder tus cosas: un chal de seda que jamás sacaste del ropero, un par de zapatos bajo el sofá y el collar que llevabas puesto.

Culpabas a la mucama mientras te cubrías los hombros con el chal que no encontraste y, si no era porque ella robaba tus cosas, era porque las cambiaba de lugar. No sabía cómo explicarte que no teníamos mucama.

A veces te encontraba tocando el piano: tus dedos se movían cada vez más lento hasta quedar en silencio a mitad de la estrofa. Entonces tus manos temblaban y tu mirada se perdía en la pared más allá del instrumento. Pasados los minutos, tus ojos se llenaban de lágrimas, golpeabas con frustración el teclado y tenías que comenzar de nuevo, pero no recordabas cómo empezar. 

El segundo lote de pastillas llegó cuando escapaste de casa. Caminaste sin rumbo durante horas. Te encontramos desorientada, resguardada en una ferretería a varios kilómetros de tu hogar.

Después olvidaste mi nombre. Te sentabas en el borde de la cama y me hablabas de cuando enseñabas piano y costura en la vieja vecindad donde creciste; de pronto te detenías, mirabas mis ojos y decías que me amabas cuando, en vez de mi nombre, susurrabas el de papá. Te recordaba que era tu hijo y al principio podías recordarme, hasta que ya no me recordaste más. 

Para cuando llegó el último lote de pastillas, ya no distinguías el presente. Recreabas entre los muros los pasillos de tu infancia, y charlabas con los retratos del corredor y las sombras en las que proyectabas el rostro de la abuela. Ya no tenías cinco hijos: en cada uno encontrabas al tío, o al padrino, o al vecino de tu viejo hogar. Me mirabas asustada y preguntabas mi nombre y qué hacía en tu casa cuando te llamaba para la cena. Me había convertido en un extraño y, cuando noté las pastillas caducadas sobre la mesa, ya no tenía mamá.

 

*

Mi perro no quiso abrazarme y duerme a los pies de la cama como un perro que sueña cosas de perros.

A mí me espera otra noche de insomnio retorciéndome sobre las sábanas y curando la jaqueca con aceites y aspirinas porque, claro, la ansiedad es cosa de humanos. La depresión es cosa de humanos. El suicidio es cosa de humanos. 

En la madrugada saldré al parque y al ver a mi vecino del que nunca he sabido el nombre, lo saludaré sonriente, ocultando las ojeras con la capucha. El perro correrá en el campo porque, por suerte, preocuparse por el futuro es cosa de humanos; porque mi perro no estudió un posgrado ni dejó a su familia ni se ha enamorado. Porque el perro no llama a su jefe pidiendo quedarse en casa para fingir que trabaja, ni vuelve del paseo con mil excusas para no admitir que dejar la medicina es lo que lo está matando. No abre la laptop con la pantalla en blanco e intenta recordar por qué demonios aceptó el trabajo, por qué demonios se fue de casa, por qué demonios no se ha suicidado. Y aunque mi perro pensara en ello, seguramente rompería un zapato y seguiría con su vida de perro, se recostaría a los pies de la cama y dejaría que su humano se preocupara por las cosas de humanos.

 

 


Navarro (Tepic, Nayarit, 1992). Poeta. Retrata la cotidianidad y sobre cómo es ser foráneo en una ciudad que no termina de pertenecerle. Todo desde la perspectiva de su trastorno: bipolaridad.  Así mismo, Navarro hace de la poesía un canal de desfogue para su depresión y nostalgia. Actualmente vive con sus roomies en la ciudad de Querétaro. Asiste a talleres de creación literaria y lecturas en la ciudad, y ha publicado en las revistas digitales Lengua SueltaGolfa Encuentro, fanzines de la editorial independiente Mitote Literario y diversos medios digitales. Trabaja en su primer poemario, y espera tenerlo listo en algún punto entre mañana y el día en que muera. Le gusta plantar semillas e irá a un retiro budista una vez que lo corran de su trabajo.

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