LORENA ACOSTA IGLESIAS






Mandarines y exprimidores.

 

Me preguntan si tengo gallinas

y como un vómito regurgito

el viejo ambages: el origen

del mundo en una paradoja

chistosa. Y como una hostia

parapetan mis dientes

mi veneno y su ariete.

Me descargo con la mirada.

Consuelo del que no tiene palabra

o la limpidez del honrado.

 

Umbral

 

Sujon.

 

Llegaste en el momento

cuando ya no

quedaban palabras,

no quedaban ya

lágrimas azules, 

trasparentes días 

sobre días,

la asunción tranquila

del sol ya

partido,

 

sólo entonces

en la apacible 

pérdida 

 

llenaste de futuro,

haz de luz 

recóndita

miseria de mí

 

Por qué los pétalos 

no entienden.

Y tu luz parada

en tu sonrisa,

desarticulada fe

aquella mirada 

expectante,               juventud

podría dejar ir,

podría quedarme

aquí

de este lado

sin las palabras,

en la incomprensión

callada de los días,

 

el silencio

abismo entre nosotros

podría ser

lo que nos salva. 

 

El pájaro canta

 

El pájaro canta, aunque

su derredor derrita

la moralidad.

 

El límite del mundo

de los hombres

a su alrededor ajeno.

 

El pájaro canta, aunque

dedo asesino cruce

al niño, partiéndolo en dos.

 

El pájaro canta, y la rama tranquila

acompasada en contoneo,

le sostiene en la rueda

serena de los días y noches.

 

Seguidamente,

el pájaro canta, aunque llueva,

aunque no le escuchemos entonces.

Y el viento se lleva su sonido

de alerta, en el que nosotros

nos regocijamos

solamente el domingo.

 

[Pleonasmo vital

como cencerro,

al moverse uno

impide escuchar]

 

El pájaro canta plastificando

La Belleza

—sustantiva—

concepción del mundo.

 

Las flores de otro año. 

 

…quando il sole si uccide 
oltre le onde 
puoi sentire piangere e gioire 
anche il vento ed il mare.

 

Caro Amore .- Fabrizio de André.

 

 

Contra

mar 

me hallo,

espaldas 

al cuello, 

extendidas

                        .- alas 

balsa mi quietud 

 

caída esfera

rodado canto 

tumulto indeseado 

 

contra 

espesor 

en tierra

parpadea 

sus mientes

 

podría

respirar 

su halo 

 

podría 

arrastrar 

el litio 

 

perpendicular 

al ritmo suyo 

 

la vida se abre

tras la miseria

infinita compasión

de sí 

 

la vida se mece 

arrastrándome 

y yo caída 

atada de tobillos 

 

sólo miro

observo 

desde el trono 

mi facultad

cerrada

absorta 

a las nieves, 

las lluvias,

ser a la piedra

una piedra, más. 

 

Y con ello, 

la paz sobrevenida 

de la miseria 

sin vida ya. 

 


La infancia recobrada

 

I. 

 

La mirada del niño

intermitente

acompaña

el latido del mundo. 

 

En el parpadeo

del asombro inocente

nos aguarda,

plegada en la carta

que acaso escribimos

en un lenguaje aún inexistente

algún día

y hoy olvidamos dar voz,

 

allí, suspira

por ser escuchada

la infancia

recobrada.

 

 

II. 

 

Quién pudiera dejarse ir

en este soplo de ira,

de venganza plomiza,

deshacerse en lo que se aleja

de uno mismo,

tomar por manos ajenas

el propio coraje.

 

Quién pudiera seguir siendo,

como un niño,

en la pradera caminando,

con orugas entre los dedos,

un horizonte más allá parado,

inquietante a la mirada.

 

Si pudiera ser más de lo que soy.

 

Si pudiera acaso que los pasos dados

no pesaran tanto, y mi camino

fuera más que lodo intranquilo

y la precaución del viejo

al que ya sólo le queda morir,

simplemente se disipara

como una bruma en un soleado

día.





Lorena Acosta Iglesias (1992, Fuenlabrada; España) es investigadora en formación en la Universidad Complutense de Madrid realizando la tesis doctoral en la disciplina de Filosofía. 

Ha publicado numerosos artículos académicos en revistas científicas indexadas dentro del campo de la filosofía, así como poemas en las Revistas de Literatura Ídolum, Telescopio, Espirales y Odisea Cultural.

 

ALEJANDRA TORRES GARCÍA


  

La gallina ciega

 

Voy a contar hasta treinta 

para encontrarme entre las cosas.

 

Tengo un latido que no me deja

(voy camino a mi tumba):

 

Nacero, dos enfermeras y un médico de guardia 

no comen pavo en casa. 

la Navidad hendida 

titila al fondo de los cuneros. 

Árbol con esferas blancas.

 

Uno, suelto el pezón de mi madre cada tres horas.

Ella, dice mi nombremil veces líquido

desde su enrojecida punta,

su láctea ingravidez.

Estoy satisfecha.

 

Dos, duermo ovillada en el sillón verde

frente al tocadiscos. 

No escucho el cristal de la mesa estrellarse. 

No escucho cuando mi padre dice a las manos de mamá:

ella está embarazada. 

 

Tres, baño de tina, peces de fuego.
Sara y yo cabemos en todas las cosas:
un abrazo.

 

Cuatro, paso el pequeño tractor sobre el pecho de mi papá:

hombre dormido que ronca. 

El tractor resopla también

y atravieso un pastizal de vello en pecho muy despacio. 

No voy a detenerme, no tengo frenos. 

Mi mano es un pequeño tractor con las ventanas abiertas, 

uno en mitad del campo latiendo.

Mi mano no quiere dejar de ser un tractor, 

no quiere dejar el pastizal, 

no quiere crecer. 

Papá se despierta.

 

 

Cinco, vamos al circo, 

subo a la cima de un elefante bebé.

Nos capturan para siempre en una fotografía

donde se me ve la pantaleta. 

(Por favor, que no se vaya el circo, 

tiene luces que quitan el miedo,

el hambre).

 

 

Seis, decido que mi animal favorito es el caballo

nunca  he montado uno, pero lo sé. 

Papá vuelve de un largo éxodo 

y me regala un potrillo azafranado;

se le quiebra una pata

que nunca encuentro.



Siete, la primaria es un caparazón de tortuga 

donde aprendo a restar.

 

Ocho, soy buena trepando árboles. 

En casa tenemos un sicomoro lleno de pasadizos verdes, 

donde escondo 

una ansiedad prematura.

 

Nueve, en el camino de siempre

descubro una revista de cuerpos desnudos, 

de sudores cóncavos que no coinciden con la Navidad.

Luciérnaga bajo la lengua 

que me escalada. 

 

Diez, amaso terrores nocturnos de plastilina blanca,

llanuras que nunca he visto en paz.

Madre presta atención a los detalles: 

            creatura de sangre anochecida.

Ella me felicita, 

después, saca una cita con el psicólogo. 

 

Once, el técnico instala el nuevo aparato.

Papá marca y el teléfono se registra, 

Mamá baja la voz:

-No se encuentra, está jugando-. 

 

Doce, la cosa se va a poner peluda, 

se puso.

 

Trece, en la parada de camiones,

una paloma vuela y se traspone al niño que salta,

pero yo veo: 

un ángel en los escombros del desierto. 

 

Catorce, lo siento, no me cierno sobre el mundo.

 

Quince, papá siempre vuelve a contraluz, 

es un tren tardío que espero dormida.

Juro que no he dicho nada,

no he dicho patina del tiempo

 

Dieciséis, camino detrás de un ciempiés en la banqueta. 

Aunque no todos tienen glándulas venenosas, 

muerde  mi rencor, 

siempre mi ansiedad encharcada.  

 

Diecisiete, rapo mi cabeza y la cubro con un sombrero. 

La tarde es un lugar equivocado. 

 

Dieciocho, me gusta mi boca a las seis de la tarde,

la muerdo con un colmillo 

mientras acaricio mis senos. 

 

Diecinueve, el infierno es no parpadear, 

y mis ojos se parten en una palabra.

Dónde estaba yo cuando escribí esa línea. 

 

Veinte, no soy un robot, tengo granos que estallan 

frente al espejo.

 

Veintiuno, “Soultrane” a mí me parece más, un delicioso espagueti de tracks.

Mas la piel del mundo se quedaba callada, 

Y yo supuse lo que diría. 

 

Veintidós, un ciego que sueña, como una bruma.
Borges picando finamente cebolla.

 

Veintitrés, tengo un Trsuru blanco, 

tengo una falla.

El mecánico entra como un avestruz al cofre y afirma, 

que los mayas son de Miami.

 

 

Veinticuatro, hago trampa, limpio rápido los frijoles,

Cuento dormida los años:

veinticinco, veintiséis, veintisiete, el tiempo es un presente

infinito. 

Ojo derecho de Horus abierto,

cerrado, abierto, no siempre. 

 

Veintiocho, mejor solareposando sobre un iceberg, 

reposando con mi perra sobre un iceberg.

 

Veintinueve, ya viene la ola que nada,

que nadie. 

 

Treinta, ábrete sésamo, quiero salir

(en un paréntesis de colores).

 

 

 

 

Escribí un poema pero primero lo dibujé

 

Era un pasillo largo.

Al fondo 

un portón con tranca,

después 

un patio

colmado de nopales y conejos blancos.

 

Parece un terreno olvidado.

 

Nadie viene a donde vengo.

 

Me quedo en cuclillas,

y los conejos se acercan,

olfatean mi vestido.

 

El segundo patio 

huele a tomates podridos y otras

cosas rojas que dibujo sin sentido. 

 

Hay un frasco soterrado entre espinas,

lo tomo.

Relleno el recipiente con amuletos de la suerte,

extremidades sueltas,

crayola inerme. 

 

El patio tiene hierba alta donde 

              me recuesto.

Parezco un cuerpo olvidado entre las fronda. 

Nadie viene a donde vengo.

 

(Sana, sana, colita de rana).

 

 

 

Una casa con alguien adentro

 

No sé cuántas veces me masturbé para cansarme.

Sepultar los ojos en un azul marino profundo

donde las estrellas espolean el vientre,

y acompasado se aleja el agudo silencio

de la televisión en pausa.

 

La casa sin nadie me gusta abierta:

que entre el sol y se vaya,

que moje la lluvia y se vaya.

 

Me gusta la casa,

la estrella,

el sol,

la lluvia,

la pausa,

y que se vayan.

 

 


 

Alejandra Torres García (Chihuahua, Chihuahua, 1988). Egresada de la Licenciatura en Letras Españolas por la Universidad Autónoma de Chihuahua. Candidata a grado de la Maestría en Artes en la misma universidad. Desde su formación temprana, su inclinación literaria se amalgamó con las artes plásticas, manteniendo un enfoque plástico-literario en sus creaciones. Su poesía se ha publicado en diversas revistas locales, nacionales e internacionales tales como: Metamorfosis, Synthesis, Otro Paramo, Círculo de Poesía, Río Grande Review, Revista Asalto y Fósforo/ Literatura en Breve. Fue becaria del Encuentro Signos en Rotación del Festival Interfaz del ISSSTE en febrero del 2015. Ganadora en la temporada Primavera/Verano 2017 de la Facultad de Artes dentro del espacio de exposición con su obra pictoricopoética: “Sin decir palabra”. Autora del poemario Fata Morgana, mención honorifica en el concurso Soltar las Amarras del Instituto de Cultura del Municipio 2017. En septiembre del 2018 su obra plástica “Sin Decir Palabra”, es nuevamente seleccionada como parte del VI Encuentro Nacional de Escritores Jóvenes Jesús Gardea, en la Facultad de Filosofía y Letras. Es Coautora del poemario Contubernio por la Secretaría de Cultura de Chihuahua (septiembre, 2019). Forma parte de la Antología de poetas Mujeres de Chihuahua “Allá donde encontramos lo perdido”, por Sangre Ediciones, UACH (marzo, 2020), y en la Antología del Taller Alí Chumacero “Poemas sobre la ciudad”, publicado por el Instituto de Cultura del Municipio (2019). Durante cuatro años fue integrante del taller de poesía Alí Chumacero coordinado por el poeta y poliglota Enrique Alberto Servín Herrera. Actualmente Alejandra trabaja en la Universidad Autónoma de Chihuahua y es integrante del Grupo de Poesía Cíbola.

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