SYLVIA PLATH

FIEBRE: 39,5º

¿Pura? ¿Qué significa eso?
Las lenguas del infierno
son torpes, torpes como las triples
lenguas del torpe y obeso Cancerbero
que jadea en la entrada. Incapaz
de eliminar de un lengüetazo
la crisis febril, el pecado, el pecado.
La yesca clama.
El olor indeleble
de una vela que se apaga!
Amor, amor, el humo a baja altura ondula
a mi alrededor como las bufandas de Isadora, y temo
que una de ellas se enganche y ancle la rueda.
Esos taciturnos humos amarillos
crean su propia atmósfera. No se elevan,
se arrastran en torno del globo
sofocando a los ancianos y a los mansos,
sl débil
bebé del invernadero en su cuna,
a la lúgubre orquídea
que cuelga en el aire su jardín colgante,
demoníaco leopardo.
La calefacción la tornó blanca
y la mató en una hora.
Untando los cuerpos de los adúlteros
como una ceniza de Hiroshima, y consumiéndolos.
El pecado. El pecado.

Querido mío, toda la noche
estuve fluctuando, encendiéndome, apagándome.
Las sábanas llegan a pesar como el beso del libertino.
Tres días. Tres noches.
Agua con limón, agua
de pollo, el agua me da arcadas.

 
AMAPOLAS EN JULIO
Pequeñas amapolas, llamitas infernales,
¿es que daño no hacéis?

Se apagan y reviven. No puedo tocarlas.
En su fuego pongo las manos. Nada se incendia.

Contemplarlas me consume
Llameando así, su rojo ajado y brillante como piel
de alguna boca.

Una boca recién ensangrentada
pequeñas faldas sangrientas!

Hay efluvios que no puedo asir.
¿Dónde están tus opios, tus asquerosas cápsulas?

¡Si pudiera desangrarme y dormir! -
¡Si pudiera mi boca unir a una herida así!

Oh, vuestros líquidos rezuman en mí, cápsula de vidrio
Apagándose y aquietándose.

Mas  sin color, sin color. Descoloridamente.

HOMBRE DE NEGRO

Reciben el ímpetu
Y se amamantan de la mar gris

A la izquierda y la ola
Abre su puño contra el elevado
Promontorio alambrado de púas

De la prisión de Deer Island
Con sus cuidados criaderos,
Corrales y pastos de ganado

A la derecha, el hielo de marzo
Abrillanta aún los pocitos en las peñas,
Acantilados de arenas penetrantes

Se levantan de un gran banco de piedra
Y tú, contra esas blancas piedras
Caminabas en tu ófrica chaqueta

Negra, negros zapatos, cabello negro
Te detuviste allí,
Detenido vértice

En la punta lejana,
Afianzando piedras, aire,
Todo ello, al unísono.

DADDY 
Ya no me quedas no me calzas más
zapato negro, nunca más.
Allí dentro vivía como un pie
durante treintaitantos años, pobre y blanca,
sin atreverme a respirar ni decir achú.

Papacito he tenido que liquidarte.
Estabas muerto antes de que hubiese tenido tiempo
Pesado como mármol, talega llena de Dios,
estatua lúgubre una sola pezuña parda
Grande como un sello de San Francisco.

Una sola cabeza sobre el caprichoso Atlántico
Donde derrama granos verdes sobre el azul
Aguas afuera de la hermosa Nauset.
Me acostumbré a rezar para que volvieras.
Ach, du.

En la lengua alemana, en el pueblo polaco,
Raídos, nivelados por la aplanadora
De las guerras, las guerras, las guerras.
Pero el nombre del pueblo no es extraño.
Dice mi amigo el polaco.

Que hay más de una docena
De modo que no puedo acertar dónde
Tú pusiste la planta, tu raíz,
Yo nunca pude hablarte
Se me pegaba la lengua al paladar.

Se trabó en una trampa alambrada de púas
Ich, ich, yo, yo.
Apenas si podía hablar,
Creía que todo alemán eras tú
Y el obsceno lenguaje

Una máquina, era una máquina
Insultándome como a una judía.
Otro judío a Dachau, Auschwitz, Belsen.
Como judía empecé a hablar
Y pienso que muy bien judía puedo ser.

Las nieves del Tirol, la cerveza de Viena
No son tan puras ni tan auténticas.
Con mi linaje gitano y mi extraña suerte
Y mi mazo de Tarot, mis cartas de Tarot
Muy bien puedo ser algo judía.

Siempre te he tenido a ti
Con tu Luftwaffe, con tu glugluglú,
Y tu recortado bigote
Y tu ojo ario, azul celeste.
Hombre-panzer. Oh, tú...

No Dios, sino una esvástica
Tan negra que ningún cielo podría cernirse.
Toda mujer adora a un fascista,
la bota en la cara, el brutal
brutal corazón de una bestia como tú.

De pie estás en la pizarra, papi,
En la fotografía que tengo de ti,
Una hendidura en la barbilla
En vez de en tu pie.
Pero no menos demonio por eso, no,
No menos que el hombre de negro.

Que puso freno a mi lindo y rojo corazón
Tenía diez años cuando te enterraron.
A los veinte intenté morir
Y regresé, regresé a ti
Pensé que hasta mis huesos volverían también.

Pero me sacaron de la talega
Y me reconstruyeron con goma.
Y entonces supe qué hacer.
Hice un modelo de ti.
Un hombre de negro con aire de Meinkampf.

Amante del tormento y la deformación
Yo dije sí, sí quiero.
Así, papito, he terminado al fin.
El teléfono se arrancó de raíz,
Las voces ya no pueden carcomerme más.

He matado a un hombre, he matado a dos
Al vampiro que dijo ser tú
Y bebió de mi sangre todo un año,
Siete años si quieres enterarte,
Papito, puedes descansar en paz ahora.

Hay una estaca en tu negro, burdo corazón,
A los aldeanos nunca les gustaste.
Están bailando y zapateando sobre ti,
siempre supieron que eras tú
Papito, papito: escúchame bastardo, acabada estoy.
 
CANCIÓN DE AMOR DE LA JOVEN LOCA 
"Cierro los ojos y el mundo muere;
Levanto los párpados y nace todo nuevamente.
(Creo que te inventé en mi mente).

Las estrellas salen valseando en azul y rojo,
Sin sentir galopa la negrura:
Cierro los ojos y el mundo muere.

Soñé que me hechizabas en la cama
Cantabas el sonido de la luna, me besabas locamente.
(Creo que te inventé en mi mente).

Dios cae del cielo, las llamas del infierno se debilitan:
Escapan serafines y soldados de satán:
Cierro los ojos y el mundo muere.

Imaginé que volverías como dijiste,
Pero crecí y olvidé tu nombre.< mente). mi en inventé te que>

Debí haber amado al pájaro de trueno, no a ti;
Al menos cuando la primavera llega ruge nuevamente.
Cierro los ojos y el mundo muere.
(Creo que te inventé en mi mente). " 
 
LÍMITE
(El último poema que escribe, la víspera del suicidio:)

La mujer alcanzó la perfección.
Su cuerpo muerto muestra la sonrisa de realización,
la apariencia de una necesidad griega
fluye por los pergaminos de su toga,
sus pies desnudos parecen decir,
hasta aquí hemos llegado, se acabó.
Los niños muertos, ovillados, blancas serpientes,
uno a cada pequeña jarra de leche ahora vacía.
Ella los ha plegado de nuevo hacia su cuerpo;
así los pétalos de una rosa cerrada,
cuando el jardín se envara
y los olores sangran de las dulces gargantas
profundas de la flor de la noche.
La luna no tiene por qué entristecerse,
mirando con fijeza desde su capucha de hueso.
Está acostumbrada a este tipo de cosas.
Sus negros crepitan y se arrastran.

Traducción: G. Zebách



DIANA MANOLE

Violación. Revertida

Como si te estuviera violando anestesiada
como el doctor de Toronto que dedeaba
los hoyos del niño, de mami, y de abuelita
― la pericia de un especialista con las mejores
credenciales.
Del otro lado de la cortina azul,
cirujanos abriendo abdómenes,
esparciendo sangre
en las baldosas de cerámica ―
un desflore con las mejores intenciones.
“Saben que también quieren,” les dijo el doctor,
metiendo su pene completamente,
en bocas paralizadas
por drogas e incredulidad.

“Sabes que también quieres,” me repito a mí misma
antes de cada poema en el que
describo nuestro hacer el amor imaginario,
saboreando tu ternura sin que tú lo sepas ―
como un inmerecido rechazo de tu dignidad como hombre
liberado hace cientos de años
pero aún inquietamente fuera de lugar.

Sólo Dios sabe de donde surgen tantos
poemas desvergonzados.
            Tu cuerpo ―
            desapareciendo en la oscuridad,
            tus manos sujetando mis muñecas,
            impidiendo cualquier posibilidad de acariciarte.
            Te precipitas en mí con la prisa de un adolescente ―
            obedezco
            a pesar de mi dolor ―
            como si quisieras llenarme
            de pies a cabeza
            con una sacudida de alto voltaje
            para aniquilar cualquier inhibición.
            Jadeo ―
            un susurro frágil desvaneciéndose,
            inaudito,
            anticipando la muerte
            orgásmico.
Hacia la mañana
aun intento describir como hicimos el amor ―
infinitamente estirando demasiado dos o tres detalles reales
en metáforas eróticas e ironías autoindulgentes,
reinventando tu bondage
sin pensarlo dos veces.
           
Genealogía. Frente al espejo

Los ojos ardientes de cazadores,
sus cuerpos pintados en tonos fosforescentes
desafiando el desierto con gritos de batalla y
suspiros de amor.

Los inusuales dedos largos
de un escocés tocando la gaita
en la cubierta de un barco, su barriga llena de esclavos
de todas las edades.

El bigote de un beduino que se escabulló
en tu acervo genético
en el nombre del Corán
aprovechando una fata morgana.

Mujeres encadenadas
y esclavos esparciendo su semilla al azar
en el nombre de Europa,
hasta que una niña aborigen de dieciséis años en Nueva Escocia,
su sangre diluida por siglos de colonialismo,
murió dando a luz
al primer hombre libre de tu linaje.

“La gente se reunió y la gente hizo bebés,” dices
con ironía
para dignificar las violaciones y las factura de ventas
que enraízan tu árbol genealógico.


Color. Ciego.

Haces el amor
con el pánico de un hombre que ha intentado por décadas
afirmar la procreación como un arma
contra el racismo,
la amarga ternura de alguien que lleva la traición
grabada en su ADN.

Nos besamos y el mundo pierde sus colores
tu cara se desvanece en la cara de él ―
            un niño imaginario
            de dos años, tres a lo mucho,
            que se escabulle alrededor de los muebles
            abarrotados en mi sala
            arrastrando detrás de sí
            (como un perro con correa)
            un globo amarillo medio desinflado.

Te entierras en mí
como en una cama de flores
donde sigues intentando en vano sembrar
tu semilla.
            El niño ríe, con una sola exhalación apaga
            cuatro velas imaginarias en su imaginario
            pastel de cumpleaños
            (chocolate y vainilla con glaseado azul).
            Tiene tu cabello rizado
            y mi ligeramente puntiaguda nariz,
            huesos delicados
            como un pájaro que Dios olvidó crear,
            tus extrañas orejas y piel
            un poco humosa
            como todos aquellos sentenciados al nacer
            a una siempre confusa mezcla de identidad.

Mudamos de piel, como un par de serpientes perdidas en un paraíso
infestado de mala hierba y manzanas que ya han iniciado
a pudrirse,
alternando entre vino aromático
y vinagre de manzana que gotea
de los pies de Jesús.
            El niño, ya de seis, está a punto de entrar a primer grado.
            Asiente con diversión,
            ignorando nuestros ruidosos esfuerzos de hacer venir al otro.
            Hojea
            mis libros en rumano y tus libros en inglés.
            Cuando cree que no lo vemos, arranca algunas páginas
            y hace barcos de papel, ranas de papel, cruces de papel.

Hacemos el amor hasta que sangre fétida sale despedida de mí
a raudales
y el hijo que pudimos haber tenido
gorgotea por el desagüe,
llorando sin voz.
            “Pero puedo cuidar de ti,” me quejo.
            “La inmaculada concepción,” te burlas,
            escabulléndote ―ambos, padre e hijo
            deseando ― cobarde
            olfateando
            tras otro útero.

Orgasmo. Lamentándose

Penetras mi cerebro como un gato que mete
su espinoso miembro,
en todas las gatitas del vecindario,
llenando la noche con alaridos desesperados
para el horror de los padres y el desconcierto de los hijos
enviados a la cama con tareas sin terminar
y estómagos vacíos.

            (Cada ráfaga de viento trae un leve gemido
            como un vago signo de interrogación
            perdido entre los ruidos de la ciudad.)

Observas como me estremezco,
excitada y sin rastro de vergüenza,
y comienzas a reír ―
arrogante como un chamán primigenio
esperando la larga fila de esposas vírgenes
ansiosas por ser desfloradas por el
pene de piedra sagrada
como generaciones de mamás y abuelas
antes que ellas.

            (El llanto se vuelve cada vez más débil
            cubierto por los silbidos de los trenes,
            los jets estallando en los cielos,
            y los gritos melodiosos de los vendedores de agua.)

Tu rostro ― cada vez más y más impenetrable
como la obscuridad enmudecida dentro de una cueva
en el ferrocarril subterráneo
abarrotado con huesos de esclavos
que nunca encontraron el camino de vuelta
a su boca.

            (El llanto desaparece suavemente en los pulmones de
            recién nacidos negros
            asados en un pincho de madera
            hasta que la piel brota en ramos
            de flores sangrantes
            y los ojos explotan como huevos sobrecosidos.)

Tu eyaculas y rompes en llanto
lamentándote.



Diana Manole, poeta. Ha publicado nueve colecciones de poemas y obras de teatro. Ha  ganado catorce premios literarios. Después de mudarse a Canadá, ha publicado poemas en inglés y traducido en colaboración con Adam J. Sorkin en revistas en Canadá, Estados Unidos y el Reino Unido. Además, se imprimieron traducciones de su poesía canadiense en varias revistas rumanas. B&W, su última colección de poemas, fue publicada en 2015 por Tracus Arte en una edición bilingüe en inglés y rumano.

Traducción:

Claudia García, es estudiante de lenguas modernas, gestión cultural y traducción en la Universidad Anáhuac. Es ganadora del 10° Concurso Nacional de Ensayo Filosófico Preuniversitario “Problemas Éticos de la Sociedad Actual” en el año 2014, organizado por la Universidad Iberoamericana. Actualmente está escribiendo su primer libro de cuentos.

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